
Estabamos 3 o 4 en la mesa, en una sala de la Biblioteca de Andalucía, los nihilistas de Granada, en una tarde de martes, 13, de 12 de 11, hablando sobre el no, la nada, la nunca. Habló Elena sobre todo Cioran, una charla muy bine trabajada con mucho esfuerzo de síntesis, después hablaron Ignacio, Sorin y Sergio sobre como se puede decir no.

Quién es Cioran..?... todo el mundo lo sabe. ¿Pero que es en el fondo la rumanidad?
La rumanidad es un fragmento de humanidad, un segmento de la historia europea y de su cultura, un capítulo de lo que podríamos llamar una mentalidad europea.
De la misma manera que se podría hablar de una “alemanidad” o “italianidad”. A mi me parece especialmente interesante pensar en la existencia del concepto de “rumanidad” que significaría una coherencia identitaria, una construcción congruente y tolerante que puede sacrificar la individualidad particular por las afinidades. Correspondencia y cohesión de una nación.
Y sin embargo resulta que los rumanos, obsesionados con su definición identitaria. Tienen raíces latinas, e influencias eslavas, balcánicas, orientales... y se presentan tal como están, un compendio de incoherencias, incongruencias y antónimos.

Horia Roman Patapievici consideraba que el patriotismo rumano, ensimismado y proyectado en el pasado, no deja de suspirar en vez de adaptarse al presente y al futuro. En esta época de europeización, los rumanos siguen buscándose una definición propia.
En 2006, la televisión nacional rumana ha presentado un programa de mucho interés titulado Grandes Rumanos. Una manera de identificar sus personajes más representativos de la historia y cultura rumana. Utilizaron para ello el mismo concepto inventado por los ingleses en 100 Greatest Britons.
Aunque este pseudo-axiología de identificación y clasificación de los valores rumanos tiene muchas carencias, me resulta sintomático el hecho de que Emil Cioran ocupa la inesperada posición numero 34. Después de Brancusi, Eminescu, Eliade, el Rey Mihai, pero también después de Ceausescu (el numero 11) y Vlad Tepes (el numero 12). Incluso le superan dos futbolistas. Cioran se posiciona entre Iuliu Hossu, que ha sido el primer cardenal papal de origen rumano y Avram Iancu, un símbolo de la unidad territorial rumana, personaje casi legendario de la revolución transilvana de 1848.

Entre una figura profundamente religiosa y una personalidad que domina el panteón de la rumanidad, Cioran se sitúa con todas sus aversiones o simplemente aborrecimientos, con sus decepciones y su desprecio frente a este pueblo y a este país que tanto odiaba y amaba al mismo tiempo.
El filósofo que se convirtió en el pensador de la contracultura, un contestador radical, fue al final reconocido por su gente, por el pueblo que le dio más de un disgusto.
Sobre la relación entre Cioran y Rumanía se puede hablar brevemente diciendo que Cioran dejo de hablar el rumano porque quería tanto la cultura que no dejaba de desilusionarse. Escribió cosas terribles sobre nosotros, sobre un pueblo que tenía una falta irremediable del sentido de la eternidad, incapaz de vivir los valores tradicionales con creatividad. Un pueblo, ineficaz e incapaz de auto contemplarse. Pero con una voluntad auoimpuesta que le puede llevar a creer o a ser religioso.
Cioran escribió cosas terribles sobre los rumanos porque esperaba que leyéndolas nos podríamos curar de estas enfermedades. Pero Cioran estaba enfermo de Rumania, soñando con que este país se encontraba en otro lugar, que tenía otra historia y otro destino. Soñaba con una Rumania poderosa y gloriosa, triunfal y sublime.
Antes de cumplir 20 años Cioran publica su primer articulo: La voluntad de creer (24 de febrero de 1931); son paginas de enorme desilusión y desencanto. Todo lo que publicó durante casi tres años hasta la aparición de su primer libro, En las encimas de la desesperación (1933), era una presentación de un mundo de contrariedad y desengaño, de un espíritu ardiente e incendiario, un “enfant terrible” de la filosofía europea. Se busca un lugar en este mundo: un lugar contra la historia, contra la filosofía, contra el esteticismo, contra el clasicismo y los neohumanismos. Un lugar contra la objetividad y el optimismo, incluso se declara antiinteligencía. Le gustan los apasionados, los depresivos, los agonizantes, los absurdos. Su desesperanza tiene una dimensión excesiva y monstruosa. Un personaje como Cioran no podría salvarse de sus pesadillas por la simple pertenencia a una nación. Así que la nación, la suya o la de los franceses, es una desesperanza más, pero una ciclópica.
Fernando Savater es uno de los pocos amigos que tenía Cioran. Así que una evocación de unos de los que estaban muy cerca de el es siempre bienvenida. Savater nos cuenta en una conferencia que Cioran “se interesaba especialmente por todo lo que le contaba de España, tanto durante los últimos años del franquismo como en los primeros avatares de la democracia posterior”. No era por las luchas políticas sino por “la referencia al país mismo, esa segunda patria espiritual que se había buscado, la tierra nativa del desengaño” Savater recuerda como decía Cioran: “Uno tras otro, he adorado y execrado a muchos pueblos: nunca se me pasó por la cabeza renegar del español que hubiera querido ser”. Porque aunque se convirtió en gran escritor francés y se mantuvo apátrida, parece cierto que durante un tiempo pensó seriamente en hacerse español. La buena acogida que tuvieron sus libros traducidos en España le produjo una sorpresa tan grata como indudable. Creo que hubo un momento en que fue más “popular” – por inexacta que sea la palabra- en España que en Francia. Nunca le ví tan divertido como al contarle que en el concurso de televisión de mayor audiencia en aquella época (“Un, dos, tres”) uno de los participantes citó su nombre tras el de Aristóteles cuando le preguntaron por filósofos célebres…
Cioran no creía en la rumanidad, porque no creía en la humanidad en general. Savater nos cuenta: “en cierta ocasión, tras haber demolido minuciosamente mi catálogo de candorosas esperanzas, me permití una tímida protesta: “Pero, Cioran, hay que creer en algo…”. Entonces se puso momentáneamente grave: “Si usted hubiera creído en algunas cosas en que yo pude creer no me diría eso”.
Cioran, el último grande nihilista, se reía mucho y vivía la vida con intensidad, solamente para demostrar que la negación absoluta también vale.
Yo creo que Cioran era en el fondo un Don Quijote que dejó de esperar y de luchar. Y lo hizo antes de cumplir 20 años.
Excelent articol! Felicitari!
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