La poesía no me gustaba. La respectaba, la toleraba, pero no sentía que no puedo vivir sin leer poemas. Ha sido el descubrimiento de Lorca el que me dio el regalo de la poesía. Estaba yo en mi Bucovina, en una tarde de verano, cansada de historias complicadas, quería una emoción sencilla, rápida, que me cambie la manera de pensar o la vida. Ha sido precisamente un libro de Lorca, en Bucovina, por el que me cambié la vida...
Ha sido una película grande, grandísima, la que me comprometió para siempre en vivir con la poesía a mi lado. El lado oscuro del corazón, una peli en la que el amor y la poesía se ponen a volar.
Y la cronología de mi experiencia poética sigue con la experiencia de volar en parapente hace tres semanas, sobre mi Bucovina helada, llena de nieve, de inocencia. Volé y me sentí como los ángeles, pisando por la encima de los árboles, pisando las nubes y el aire. Volé y sentí como me crecen alas de palabras blancas, no sentía ni el peso de mis años ni el peso del futuro. Fui un ángel para un corto periodo de tiempo.
Estoy ahora en Granada y me acuerdo de la pequeña hada Diana, que se fue en otros mundos la semana pasada, y también me acuerdo de la preciosa madre Mercedes, desaparecida el año pasado. Entiendo ahora que hay seres humanos que casi no son humanos sino mas allá, son ángeles que andan por la tierra tal como los personajes de Márquez.
Entiendo que, quizás su papel mundano (el de Diana, el de Mercedes) ha sido darnos la poesía que nos faltaba. Y si uno la pudiera escribir, tomar valiente sus emociones y ponerlas en palabras, entonces estos ángeles terrestres no existieron en vano.
Me imagino que Lorca también tuvo sus Dianas y sus Mercedes. Te todos modos, si yo fuera Lorca, hubiera escrito el siguiente poema:

Y Granada te guarda como santa reliquia,
¡oh princesa morena que duermes bajo el mármol!
Eloisa y Julieta fueron dos margaritas,
pero tú fuiste un rojo clavel ensangrentado
que vino de la tierra dorada de Castilla
a dormir entre nieve y ciprerales castos.
Granada era tu lecho de muerte, Doña Juana,
los cipreses, tus cirios;
la sierra, tu retablo.
Un retablo de nieve que mitigue tus ansias,
¡con el agua que pasa junto a ti! ¡La del Dauro!
Granada era tu lecho de muerte, Doña Juana,
la de las torres viejas y del jardín callado,
la de la yedra muerta sobre los muros rojos,
la de la niebla azul y el arrayán romántico.
Princesa enamorada y mal correspondida.
Clavel rojo en un valle profundo y desolado.
La tumba que te guarda rezuma tu tristeza
a través de los ojos que ha abierto sobre el mármol.
Ha sido una película grande, grandísima, la que me comprometió para siempre en vivir con la poesía a mi lado. El lado oscuro del corazón, una peli en la que el amor y la poesía se ponen a volar.
Y la cronología de mi experiencia poética sigue con la experiencia de volar en parapente hace tres semanas, sobre mi Bucovina helada, llena de nieve, de inocencia. Volé y me sentí como los ángeles, pisando por la encima de los árboles, pisando las nubes y el aire. Volé y sentí como me crecen alas de palabras blancas, no sentía ni el peso de mis años ni el peso del futuro. Fui un ángel para un corto periodo de tiempo.
Estoy ahora en Granada y me acuerdo de la pequeña hada Diana, que se fue en otros mundos la semana pasada, y también me acuerdo de la preciosa madre Mercedes, desaparecida el año pasado. Entiendo ahora que hay seres humanos que casi no son humanos sino mas allá, son ángeles que andan por la tierra tal como los personajes de Márquez.
Entiendo que, quizás su papel mundano (el de Diana, el de Mercedes) ha sido darnos la poesía que nos faltaba. Y si uno la pudiera escribir, tomar valiente sus emociones y ponerlas en palabras, entonces estos ángeles terrestres no existieron en vano.
Me imagino que Lorca también tuvo sus Dianas y sus Mercedes. Te todos modos, si yo fuera Lorca, hubiera escrito el siguiente poema:

Y Granada te guarda como santa reliquia,
¡oh princesa morena que duermes bajo el mármol!
Eloisa y Julieta fueron dos margaritas,
pero tú fuiste un rojo clavel ensangrentado
que vino de la tierra dorada de Castilla
a dormir entre nieve y ciprerales castos.
Granada era tu lecho de muerte, Doña Juana,
los cipreses, tus cirios;
la sierra, tu retablo.
Un retablo de nieve que mitigue tus ansias,
¡con el agua que pasa junto a ti! ¡La del Dauro!
Granada era tu lecho de muerte, Doña Juana,
la de las torres viejas y del jardín callado,
la de la yedra muerta sobre los muros rojos,
la de la niebla azul y el arrayán romántico.
Princesa enamorada y mal correspondida.
Clavel rojo en un valle profundo y desolado.
La tumba que te guarda rezuma tu tristeza
a través de los ojos que ha abierto sobre el mármol.
No he sido yo, sino Lorca el que lo escribió.
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